viernes, 18 de septiembre de 2015


Lo bello y lo sublime según Immanuel Kant

Ponencia Festival Cultural Universitario 2013

El siguiente ensayo tiene como intención analizar lo bello y lo sublime según las percepciones de Immanuel Kant. Observo que en este libro describe desde un punto de vista un poco substancial a dichas percepciones y lo estructura al mismo en cuatro grandes fragmentos, según qué sentimiento y sobre qué objeto recae dicho sentimiento:

1) Sobre los diferentes objetos del sentimiento: bello de lo sublime.

2) Sobre las propiedades de lo sublime y de lo bello en el hombre en general.

3) Sobre la diferencia entre lo sublime y lo bello en la relación recíproca de ambos sexos.

4) Sobre los caracteres nacionales en cuanto descansan en la diferente sensibilidad para lo sublime y de lo bello.

1) Sobre los diferentes objetos del sentimiento: bello de lo sublime

En este primer fragmento lo que predominan son las críticas acerca de las diferentes sensaciones para Kant. El autor deja bien claro antes de empezar con el tema plenamente, que lo que para uno es bello, para otros puede ser repugnante, y lo que para uno es noble, para otros puede ser esperpento. También aclara que hace todas las comparaciones desde un punto de vista del observador y no del filósofo. Según esto, lo bello y lo noble no pueden convivir dentro de un mismo concepto, es decir, o una cosa es noble o es bella. Lo que no puede ser es ambas cosas. Lo noble (sublime) para Kant conmueve, mientras que lo bello encanta. De esta manera, las altas encinas y las grandes sombras son sublimes, o nobles, mientras que las flores delicadas, como las rosas son bellas. En el caso humano, las personas altas, con semblante rígido son personas sublimes, nobles, mientras que las personas bajitas con carácter de mayor confianza son bellas. Los colores oscuros son nobles, mientras que lo colores claros dan una sensación de vida, de belleza, por lo que son bellos.

Lo sublime -expresa kant- tiene que ser grande, con pocos adornos, más bien tirando a austero, mientras que lo bello ha de ser pequeño, lleno de adornos y detalles. De este modo, una pirámide Egipcia es sublime porque es grande y tiene pocos adornos, mientras que lo bello correspondería más a la Basílica de San Pedro, que pese a ser grande y majestuosa, está llena de adornos, realizados con materiales como el otro. Por lo tanto es bello.

Un palacio residencial ha de ser sublime porque suele ser grande, mientras que un palacio de recreo es más acogedor, está más decorado, por lo que es bello. En cuanto al tiempo, un largo período pasado es noble, sublime, mientras que uno más corto tiene tendencia a lo bello.

2) Sobre las propiedades de lo sublime y de lo bello en el hombre en general

En este segundo fragmento, el autor sigue citando ejemplos de lo que es bello y sublime. Sin embargo, muchos términos se presentan como ambiguos. Para Kant el entendimiento es sublime, mientras que el ingenio es bello. La audacia es sublime y “enorme”, mientras que la astucia es pequeña, por lo tanto bella. La veracidad y la sinceridad son sencillas y nobles. Por otra parte, La gentileza es escasa, por lo tanto bella, mientras que diligencia en el servicio es noble (una cosa es ser gentil, por naturaleza, que es lo bello, y otra cosa es ser gentil porque vives de ello, que es lo noble).

En cuanto a las emociones, según sean bellas o sublimes, se pueden encontrar a dos tipos de personas. Los que buscan compañeros que sean fieles, amables y divertidos, en ellos predomina el sentimiento de lo bello. Por el contrario, las personas que buscan ambición y recompensa, tienen un marcado sentimiento hacia lo sublime. Cuando hay personas que buscan todo eso junto, las mismas tienen un carácter más hacia lo sublime que a lo bello. Pero no solo existen esos dos tipos de sentimientos. Hay un tercero, y dentro de los tres se pueden englobar percepciones como la locura y los esperpentos. El tercero es la extravagancia. La extravagancia tiene un especial toque de locura. Extravagante son los jóvenes, por lo tanto, algo de locura siempre existe en ellos. Kant opina que la extravagancia lleva al esperpento, y el esperpento hace a uno “chiflado”. De allí expresa: «... si es de mediana edad, entonces fanfarrón. Puesto que lo sublime es lo más necesario para la gente mayor, un viejo fanfarrón es la criatura más despreciable de la naturaleza, lo mismo que un joven chiflado es lo más chocante y lo más insoportable». Y además agrega «…las mortificaciones, votos y algunas otras virtudes monacales, son esperpentos. Huesos de santos son esperpentos.... los cuentos de hadas del frenesí francés, son los esperpentos más miserables que nunca se hayan imaginado». Como se puede evidenciar, lo expresado tiene que ver con la crítica que hace Kant al mundo en que vivimos.

Finalmente, Kant propone otra reflexión sobre el valor del honor (comprendiendo casi todos los valores). Dice que este valor está englobado dentro de lo bello. Sin embargo, matiza que la cuestión del honor es un poco relativa. Mientras que no todos los hombres poseen algún tipo de sentimiento bello, casi todos los hombres poseen este don. Alguien tiene respeto por algo, y hace lo que sea para honrarle, por lo tanto es bello.

3) Sobre la diferencia entre lo sublime y lo bello en relación recíproca de ambos sexos

En este tercer fragmento sigue con la ambigüedad en lo escrito, sin embargo hay varias cualidades bien expresadas y muy claras. La mujer para ser o parecer bella ha de ser refinada, debe de cuidar sus modales, debe de ser una señora ante cualquier ocasión. Una señora no puede hacer el mal, no por motivos religiosos, sino porque el mal es feo. La inteligencia ha de ser una inteligencia como la del hombre, y esa inteligencia ha de ser bella, no como la del hombre que es una inteligencia profunda.

Kant en esta instancia expresa los posibles grados de belleza en la mujer. Si una mujer tiene unas facciones de la cara que no son feas, entonces es una mujer bonita. Si esas facciones empiezan a ser mejoradas, se dice que la mujer es agradable. Pero si ese rostro es una cosa del otro mundo, entones tiene el tercer grado, el de encantadora. Pero no solo en el aspecto exterior está la belleza, ni mucho menos. Hay parte exterior y parte interior. La segunda suele ser menos conocida, pero en general hay varias características comunes a todas las mujeres. Una mujer que tiene el semblante frío, en la que su mirada conmueve en vez de seducir, es una mujer bella. Pero no bella en cuanto al grado de linda, agradable, encantadora... sino en un amplio sentido. Una mujer también tiene que seducir con su mirada, sin embargo, la que lo hace habitualmente, son las que suelen tener buen prestigio.

En cuanto al hombre, éste siempre ha de ser noble y sabio. También tiene que ser hombre de palabra, es decir, hombres con un claro afecto hacia el honor y la nobleza, sin dejar a un lado el conocimiento y las mujeres tienen que ser siempre educadas, coquetas, bellas, etc.

4) Sobre los caracteres nacionales en cuanto descansan en la diferente sensibilidad para lo sublime y de lo bello

En este cuarto y último fragmento habla sobre el sentimiento de lo bello según las nacionalidades. Aquí Kant deja en claro varias ideas según los países. Pone ejemplos de países como Francia o Italia en el que lo común esta caracterizado por el sentimiento hacia lo bello. Sin embargo, en Inglaterra, España o Alemania el sentimiento común es hacia lo sublime. El español es serio, callado y veraz. Hay pocos comerciantes en el mundo más nobles que los españoles. Tienen un alma orgullosa y más sentimiento para las acciones grandes que para las bellas. Puesto que en su idiosincrasia hay poco de benevolencia bondadosa y suave, muchas veces es duro, incluso hasta cruel. Tampoco es más altanero ni más mujeriego que otras personas de otros países diferentes.

El italiano parece que tiene un sentimiento mezclado de un español y de un francés. Tienen más sentimiento para lo bello que el primero y más sentimiento de lo sublime para el último.

En cuanto a los franceses, tienen un sentimiento preponderante para lo moralmente bello. Es atento, cortés y complaciente. Se hace muy pronto familiar, es bromista y libre en su trato. Hasta las sensaciones sobre lo sublime en él, que no son pocas, están subordinadas al sentimiento de lo bello y adquieren intensidad solamente por su concordancia con el último. Es ingenioso de muy bueno grado y sacrificará sin pensarlo algo de la verdad a un montón de gente.

El inglés es frío al principio de todo conocimiento y se muestra indiferente con un extraño. Es poco inclinado a los favores pequeños, en cambio, tan pronto como se hace amigo está dispuesto para prestar grandes servicios. Le preocupa muy poco ser ingenioso en el trato o mostrar una presencia cortes, pero sí es en cambio comprensivo y formal. Es un mal imitador, pregunta poco sobre qué les parece a los demás y sigue únicamente su propio gusto. Es constante en la tozudez, a veces, atrevido y decidido con frecuencia hasta la temeridad y obra comúnmente por principios hasta con obstinación. Se hace fácilmente estrafalario, no por vanidad, sino porque se preocupa muy poco de los demás. Por eso, rara vez no es tan querida como un francés.

Un alemán tiene un sentimiento mezclado con el del de un inglés y el de un francés. Muestra mayor complacencia en el trato que un inglés, pero menor modestia e inteligencia que la de un francés. Pregunta a los demás mucho más que los ingleses, sobre todo porque quiere quedar bien ante sus amigos. Le preocupa mucho el qué pensarán sobre mí si hago o digo tal cosa. El alemán se deja influir demasiado por las demás personas, de ahí que no tenga algunas cualidades como es la de impresionar.

El holandés es un carácter ordenado y diligente, y como sólo considera lo útil, tiene poca sensibilidad para lo que en un sentido más delicado es bello o sublime. Un grande hombre significa para él lo mismo que un hombre rico; por amigo entiende su corresponsal, y le resulta fastidiosa una visita que no le produce nada. Forma contraste, tanto con el francés como con el inglés, y es en cierto modo un alemán es más flemático.

Posteriormente Kant aplica el ensayo de estos pensamientos a otras cuestiones como por ejemplo, al sentimiento del honor y evidencia las siguientes diferencias nacionales. La sensibilidad para el honor es en el francés vanidad; en el español, arrogancia; en el inglés, orgullo; en el alemán, ostentación, y en el holandés, envanecimiento. A primera vista, estas expresiones parecen significar cosa parecida; pero hay entre ellas evidentes diferencias. La vanidad solicita el aplauso, es volandera y tornadiza; pero su conducta externa es cortés. El arrogante está penetrado de una pretendida superioridad, y no le preocupa el aplauso de los demás; sus maneras son rígidas y enfáticas. El orgullo sólo consiste propiamente en la profunda conciencia del valer propio, que puede ser a menudo muy justa (por eso se le llama también a veces un noble sentimiento; nunca, en cambio, se puede atribuir a nadie una noble arrogancia, porque ésta muestra siempre una falsa y exagerada estimación de sí propio); la conducta del orgulloso para con los demás es indiferente y fría. La ostentación es un orgullo que al mismo tiempo es vanidad. Pero el aplauso que busca el ostentoso consiste en distinciones honoríficas. Por eso gusta de brillar con títulos, listas de antepasados y pompas aparatosas. El alemán está principalmente sujeto a esta debilidad. Los términos Gnädig (vuestra gracia), Hochgnädig (vuestra muy graciosa merced) y Hoch-und Wohlgeboreu (ilustre), y otras ampulosidades parecidas, hacen rígido su lenguaje y estorban mucho la bella sencillez que otros pueblos pueden dar a su estilo. La conducta de un ostentoso en el trato se caracteriza por las ceremonias. El envanecido es un arrogante que expresa en su conducta claras señales de su desprecio hacia los otros. En sus manifestaciones es grosero. Esta miserable condición lo aparta todo lo posible del gusto delicado, porque resulta claramente un necio; no es, en verdad, un medio para satisfacer el sentimiento del honor el atraerse el odio y la burla por el manifiesto desprecio de todo lo circunstante.

La religión de nuestro continente – dice Kant- no es cuestión de un gusto caprichoso: su origen es más venerable. Por eso sólo las exageraciones y lo que es propio de los hombres pueden mostrar indicios de las diferentes cualidades nacionales. Reduce tales exageraciones a cuatro conceptos principales: credulidad, superstición, fanatismo e indiferentismo.

Recorriendo en una rápida ojeada las demás partes del mundo, encontramos -observa Kant- en los árabes los hombres más nobles del Oriente, aunque con una sensibilidad que degenera mucho en lo extravagante. Es hospitalario, generoso y veraz. Pero sus narraciones y su historia, y en general sus sentimientos, van siempre mezclados con algo maravilloso. Su imaginación calenturienta le hace ver las cosas en formas monstruosas y retorcidas, y hasta la difusión de su fe religiosa fue una gran aventura. Si los árabes son como los españoles del Oriente, son los persas los franceses de Asia: poetas, corteses y de gusto bastante fino. No se ajustan estrictamente al Islam, y conceden a su carácter dispuesto a la alegría una interpretación bastante suavizada del Corán. Los japoneses podrían ser considerados como los ingleses de esta parte del mundo, si bien sólo por la constancia que degenera hasta la terquedad más exagerada, por la bravura y por el desprecio de la muerte. Por lo demás, muestran pocas señales de un gusto delicado.

Los negros de África carecen por naturaleza de una sensibilidad que se eleva por encima de lo insignificante. El señor Hume desafía a que se le presente un ejemplo de que un negro haya mostrado talento, y afirma que entre los cientos de millares de negros transportados a tierras extrañas, y aunque muchos de ellos hayan obtenido la libertad, no se ha encontrado uno sólo que haya imaginado algo grande en el arte, en la ciencia o en cualquiera otra cualidad honorable, mientras entre los blancos se presenta frecuentemente el caso de los que por sus condiciones se levantan de un estado humilde y conquistan una reputación ventajosa. Tan esencial es la diferencia entre estas dos razas humanas; parece tan grande en las facultades espirituales como en el color.

Si arrojamos una ojeada sobre la historia, vemos el gusto de los hombres tomar, como un Proteo, formas siempre cambiantes. Los antiguos tiempos de los griegos y los romanos mostraron claras señales de una verdadera sensibilidad, tanto para lo bello como para lo sublime, en la poesía, la escultura, la arquitectura, la legislación y aun en las costumbres. El régimen de los emperadores romanos transformó tanto la sencillez bella como la noble en lo magnífico y después en el falso brillo, según podemos todavía verlo en los restos de su elocuencia, de su poesía y la historia misma de sus costumbres. Poco a poco se extinguió este residuo del buen gusto con la ruina completa del imperio. Los bárbaros, después de afirmar su poderío, introdujeron cierto falso gusto denominado gótico, que va a parar en lo monstruoso. No sólo en la arquitectura se veían monstruosidades, sino también en las ciencias y en los demás usos.

La sensibilidad viciada seducida por un arte equivocado, prefirió toda clase de formas absurdas a la antigua sencillez de la naturaleza, y cayó en lo exagerado o en lo insignificante. El más alto vuelo que tomo el genio humano para llegar a lo sublime consistía en extravagancias. Véanse extravagantes eclesiásticos y seglares, y a veces una monstruosa mezcla de ambos. Monjes, con el misal en una mano y la enseña militar en la otra, seguidos por ejércitos de víctimas engañadas para enterrar sus huesos bajo otros climas en una tierra sagrada; guerreros santificados por sus votos para cometer violencias e iniquidades, y después una especie singular de heroicos visionarios que se llamaban caballeros y perseguían aventuras, torneos, duelos y acciones románticas. Durante este tiempo, la religión, las ciencias y las costumbres fueron desfiguradas por miserables monstruosidades, y se observa que difícilmente degenera el gusto en un sentido sin que también muestre señales de corrupción todo lo correspondiente a la sensibilidad delicada. Los votos monásticos encerraron una gran parte de los hombres útiles en numerosas comunidades de ociosos atareados, a quienes su vida soñadora inspiraba innumerables monstruosidades escolásticas, que después salieron de sus claustros y se extendieron por el mundo.

Finalmente, después que el espíritu humano se alzó de nuevo en una especie de palingenesia de una destrucción casi completa, se observa en nuestros días florecer el verdadero gusto de lo bello y de lo noble, tanto en las artes y las ciencias como en las costumbres. Sólo es de desear que el falso brillo, tan fácilmente engañador, no nos aleje de un modo insensible de la noble sencillez y, sobre todo, que el secreto aún oculto de la educación consiga ser sustraído a los antiguos errores, para elevar temprano el sentimiento moral en el pecho de todo joven ciudadano a una sensibilidad activa, de suerte que toda la delicadeza espiritual no vaya a parar en el placer fugitivo y ocioso de juzgar con mejor o peor gusto lo que acontece fuera de nosotros.

A modo de cierre

Indudablemente esta obra es muy interesante, atrapante y clara por momentos y algo confusa en otros. Más que de estética, en el sentido estricto de la palabra, la misma abarca cuestiones de la moral, psicología, descripción de los caracteres individuales y nacionales; en suma, de toda suerte de temas interesantes que pueden ocurrirse alrededor del asunto principal: lo bello y lo sublime.

En este ensayo es donde Kant ataca por primera vez el problema estético, y aunque sus ideas fundamentales acerca del arte y la belleza se hallan sistemáticamente expuestas en su obra posterior, la «Crítica del Juicio», tienen, sin embargo, en las «Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime» cierto interés para el conocimiento de los orígenes de la estética kantiana. Pero sobre todo constituyen una serie de delicadas ocurrencias, de certeras observaciones y de agudas críticas.



Bibliografía

Kant, I (2008), Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime. Ed. Alianza, Madrid.

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